miércoles, 21 de septiembre de 2011

Vida plena - Sufrimiento y además ...

Como ya fue dicho, podemos analizar o explicar porque sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la Iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor, pero eso solo no basta para trascenderlo, sólo comenzaremos a saber más sobre él. Para comprender el dolor es necesario amarlo, ser consciente de él.

Queda claro que todo lo que pueda agregar sobre el sufrimiento no lo aliviará, no me permitirá comprenderlo, sin embargo, tener varios enfoques hace posible cuestionar mi propio discurso, mirar mis propias creencias, y así, si sólo se ama lo que se conoce y para conocer es preciso amar, estos aportes entiendo enriquecerán tu propia búsqueda.


En El cerebro - conociendo más 1 / 2 referí al Principio de Incertidumbre, nada es de una certeza incuestionable, todo es relativo. También se dijo de lo limitada que resultan nuestras apreciaciones. Nuestra manera de ver el mundo e interpretarlo, se relaciona con nuestra subjetividad, pero también con la conformación de nuestro cerebro, más que con la realidad en sí.

En El cerebro - Conociendo más 2 / 2 cité a Llinás, que dice: "El mundo es una gran simulación, rodeadas de estímulos sensoriales, lo que nuestras mentes interpretan como real, no es más que una hábil reconstrucción de nuestras neuronas, máquinas de soñar que construyen modelos virtuales del mundo real."

Lo que llamamos «yo» o autoconciencia es una de tantas danzas neuronales o estados funcionales del cerebro. Aunque el estado funcional que denominamos «mente» es modulado por los sentidos, también es generado, de manera especial, por esas oscilaciones neuronales. Por tal razón podríamos decir que la realidad no sólo está «allá afuera», sino que vivimos en una especie de realidad virtual.

Dicho lo dicho, y si además los pensamientos que albergamos no son fiel reflejo de lo que hemos vivido, ya que cada vez que evocamos un recuerdo lo modificamos, porque es necesario adaptarlo al yo que soy ahora (apuntado en entradas anteriores), entonces, cómo es que damos crédito al discurso interno propiciador del sufrimiento.

Veamos otros aspectos del sufrimiento. Algunas religiones juzgaron que el dolor es un castigo que infligen los dioses, análogo al castigo que el padre inflige al hijo. En contraste con esta perspectiva, es posible pensar que el sufrimiento no es un desvío en la fluida autopista del placer sino su contracara.

En el contexto de la filosofía china, el tandem placer-dolor constituyen un juego de opuestos, uno más de los que rigen la armonía de todo lo existente. Día-noche, femenino-masculino, frío-caliente, placer-dolor. Sufrimos porque hemos gozado. No como castigo por haber gozado.

Hay factores que contribuyen enormemente a agudizar el sufrimiento. Uno de ellos es la sorpresa. Un ser querido que jamás tuvo dolencias cardíacas muere joven de un ataque al corazón; nos echan sorpresivamente del trabajo; un amigo nos traiciona. En estos casos el sufrimiento se agudiza con la consternación, que es el sentimiento que suma la sorpresa al dolor. Un dolor sorpresivo - todos lo sabemos - suele ser mucho más agudo que un dolor anunciado. Cuando cede el asombro, el dolor pierde parte de su ferocidad.

Otro factor que contribuye a agudizar el sufrimiento es el cambio de hábitos. Nos echan del trabajo y además del sueldo extrañamos el almuerzo compartido con los compañeros. Nos separamos de nuestra pareja, y parte del sufrimiento que padecemos obedece a que extrañamos los innúmeros rituales compartidos a lo largo de los años, esos amados ritmos que en su momento nos hicieron optar por lo bueno conocido.

El poder de la costumbre revela los límites de la razón: el fumador sabe que el hábito de fumar puede sustraerle la vida misma (su razón ha sido persuadida sobre los peligros del cigarrillo), una vida que él desea fervientemente conservar, pero intenta dejar de fumar y no lo logra. El hábito somete como un déspota sanguinario. No siempre es posible librarse de él mediante razones, es preciso generar las condiciones para que otros hábitos los suplanten. Esa transición - entre un universo de hábitos y otro - suele ser dolorosísima.

Otro factor que contribuye a agudizar el dolor es el horror mismo al sufrimiento. Cuando se le hace mal a alguien, no sólo aparece el dolor o la angustia sino también el horror al dolor. Sufrimos por la pena que nos embarga, y también por autocompasión, por la injusticia de la que sentimos ser objeto.

"La parte del alma que pregunta ¿ por qué se me hace mal ? es la parte de todo ser humano que ha permanecido intacta desde la infancia", escribe Simone Weil. El desarrollo de la medicina y las imágenes publicitarias de la felicidad favorecen este horror al sufrimiento. Como si el dolor - o los problemas en general - no formaran parte de la vida.

Aristóteles y los estoicos dividen los problemas en dos: los que están en nuestro poder, y los que no están en nuestro poder. Respecto a estos últimos, de lo que se trata es de entrenarnos para sufrir lo menos posible. Aceptación valiente del dolor, de los problemas, de las angustias y de los pavores como una parte necesaria de la vida, como el revés de la alegría, el gozo y la tranquilidad.

Aunque gran cantidad de cosas no dependen de nosotros, hay algo que sí está en nuestro poder, y es el modo de reaccionar frente a lo que nos sucede, incluso cuando debemos optar entre dos alternativas que no hemos elegido. Epicteto formuló así esta idea: "No busques que los acontecimientos sucedan como tú quieres, sino desea que, sucedan como sucedan, tú salgas bien parado". El jugador no elige las cartas que le tocan en suerte, pero debe jugar de la mejor manera que le resulte posible.


Si una mano no resulta favorable, la siguiente podrá revertir el juego. Esta diferencia entre lo que nos pasa, y el modo en que reaccionamos frente a lo que nos pasa, implica que no sufrimos tanto por lo que nos sucede como por el modo en que valoramos, lo que nos sucede. Lo que ocurre a una persona en su vida es menos importante que la manera de sentirlo.

Filosofamos porque sufrimos, porque entristecemos y nos angustiamos. Los problemas desentierran al filósofo que todos llevamos dentro. Aún quien no sabe que filosofa, filosofa cuando sufre. El budismo y el estoicismo son dos filosofías que enseñan a adaptarse a los cambios. "¿Hay algo en el mundo que esté al abrigo de los cambios? La tierra, el cielo, toda la inmensa máquina del universo no están exentos de cambios", escribe Séneca.

El bienestar incluye necesariamente el dolor y la existencia de problemas. ¿Cómo aceptar el dolor? Del mismo modo que se habla, se camina, se construye una casa o se maneja una computadora: aprendiendo. La virtud no es un don de la naturaleza: se aprende, se entrena y se enseña.

Nadie está a salvo del dolor. Quien teme los dolores, teme lo que necesariamente habrá de alcanzarlo, tarde o temprano. Cuando alguien sufre y exclama: "¿Por qué tuvo que pasar esto?", nos muestra su consternación y el sinsentido del mal. Cuando alguien sufre y exclama: "¿Por qué tuvo que pasarme esto a mí?" nos muestra el lugar accidental - y no necesario - que le asignamos al dolor en nuestra vida. Nadie exclama "¿Por qué tuvo que pasarme esto a mí?" cuando gana la lotería. Sentimos que el placer nos corresponde naturalmente.


Cuando el dolor nos oprime el pecho, lo mejor que podemos hacer es
gritar y llorar todo lo que sea necesario.




No son las situaciones o las personas las que provocan la mayoría de nuestros sentimientos, sino lo que nosotros pensamos sobre dichas situaciones o personas. La mejor forma de manejar las emociones que nos causan problemas, es cambiando los pensamientos que las producen, mantienen o incrementan.

Como puedes inferir, cuando nos convertimos en observadores de nuestras emociones, sin identificarnos con ellas, cuando estamos en el Aquí y Ahora, siendo consciente de lo que vivo, me convierto en guardián alerta de mi espacio interior.

Enfocando la atención en el sentimiento que hay dentro de mi, reconociendo qué es el dolor, aceptando que esta allí, no pensando en él, no permitiendo que el sentimiento se transforme en pensamiento, o sea, no juzgarlo, no analizarlo, no justificarme. Si permanezco presente, y continúo siendo observador de lo que está ocurriendo dentro mio, iré siendo consciente, no sólo del dolor emocional, sino también de "el que observa", el observador silencioso. Este es el poder del Ahora, tal como fue dicho en la entrada anterior.

Esta entrada la conforme con lo expuesto en la monografía titulada "El sufrimiento", si lo deseas puedes verla completa aquí .


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