viernes, 30 de septiembre de 2011

La Risa - Otra aproximación 1 /

Terminaba la entrada anterior con el enfoque de Henri Bergson, filósofo francés, llamado el filósofo de la intuición, y aquí voy a desarrollar ese trabajo sobre "La risa o el significado de lo cómico", porque aporta otra mirada, interesante por cierto, sobre el tema.

La traducción de Gabriel Bianchini comienza preguntando ¿ Qué es la risa ?, ¿ Qué hay en el fondo de lo risible ? ... para introducirnos en el tema de este modo: "Los más grandes pensadores, a partir de Aristóteles, han estudiado este sutil problema. Todos lo han visto sustraerse a su esfuerzo. Se desliza y escapa a la investigación filosófica, o se yergue y la desafía altaneramente."


"Nuestra temeridad al abordarlo también tiene la excusa de que no aspiramos a encerrar el concepto de lo cómico en los límites de una definición. Ante todo, como encontramos en él algo que vive, lo estudiaremos con la atención que merece la vida, por muy ligera que sea. Seguiremos su desarrollo, veremos cómo se abren sus flores, y así, forma tras forma, por insensibles gradaciones, se sucederán ante nuestros ojos las metamorfosis más extrañas."

Tomando fragmentos de la traducción de Amalia Haydee Raggio, sobre el trabajo de Bergson (año 1939), intento mostrar que Bergson considera que la fuente de este misterioso fenómeno (la risa) es la rigidez, y que su función es la de habilitar un mecanismo social mediante el que corregir la “distracción” de sus miembros, como aquí lo veréis.

He aquí el primer punto sobre el cual he de llamar la atención. Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hombre como "un animal que ríe".

Habrían podido definirle también como un animal que hace reír, porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.

He de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede producirse cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad.

En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que entre almas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni comprendería la risa.

Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión, y como al conjuro de la varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos.

Desimpresionaos ahora, asistid a la vida como espectador indiferente, y tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos hechos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.

Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con otras inteligencias. Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No saborearíamos lo cómico si nos sintiésemos aislados. Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definido; es algo que querría prolongar y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando como el trueno en la montaña. Y sin embargo, esta repercusión no puede llegar a lo infinito. Camina dentro de un círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo.

Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referirse historias que debían tener para ellos un gran sabor cómico, puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto, respondió: "No soy de esa parroquia". Lo que este hombre pensaba de las lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espontánea que se la crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios.

¿No se ha dicho muchas veces que en un teatro es más frecuente la risa del espectador cuando más llena está la sala? ¿No se ha hecho notar reiteradamente que muchos efectos cómicos son intraducibles a otro idioma cuando se refieren a costumbres y a ideas de una sociedad en particular? Por no advertir la importancia de este doble hecho, sólo se ha visto en lo cómico una simple curiosidad para divertir al espíritu, y en la risa misma un fenómeno extraño completamente aparte, sin relación alguna con el resto de la actividad humana.

De ahí esas definiciones que tienden a hacer de lo cómico una relación abstracta, clasificada entre las ideas de "contraste intelectual", " sensibilidad de lo absurdo", etc. , definiciones que, aun cuando realmente conviniesen a todas las formas de lo cómico, no explicarían en lo más mínimo por qué lo cómico nos hace reír.

¿A qué se debe que esa relación tan particularmente lógica nos contraiga no bien advertida, nos dilate y nos sacuda mientras todas las otras nos dejan indiferentes? No afrontaremos el problema por ese lado. Para comprender la risa hay que reintegrarla a su medio natural, que es la sociedad, hay que determinar ante todo su función útil, que es una función social. Ésta será, digámoslo desde ahora, la idea que ha de presidir a todas nuestras investigaciones. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común. La risa debe tener una significación social. (Página 12 - 15)

Marquemos ahora con toda claridad el punto en que vienen a coincidir nuestras tres observaciones preliminares. Lo cómico habrá de producirse, cuando los hombres que componen un grupo concentren toda su atención en uno de sus compañeros, imponiendo silencio a la sentimentalidad y ejercitando únicamente la inteligencia.

Hay estados de alma que conmueven apenas se dan a conocer; hay alegrías y tristezas con las cuales se simpatiza; pasiones y vicios que provocan el asom­bro, el horror o la piedad; sentimientos, en fin, que se prolongan de alma en alma por resonancias sen­timentales. Todo esto afecta a lo esencial de la vida, todo esto es serio, y a veces hasta trágico. Allí don­de el prójimo deja de conmovernos, comienza la co­media. Y comienza con lo que se podría llamar “la rigidez contra la vida social”.

Es cómico todo perso­naje que sigue automáticamente su camino, sin cui­darse de ponerse en contacto con sus semejantes. Allí está la risa para corregir su distracción y sacar­le de su letargo. Si es lícito comparar las cosas gran­des con las que no lo son, recordemos lo que ocurre para el ingreso en nuestras escuelas. Cuando se ha salido airosamente de las temibles pruebas del exa­men, hay que afrontar otras todavía, aquellas que os preparan los compañeros más antiguos para amol­daros a la nueva sociedad de que vais a ser miembro, y como ellos dicen, para suavizaros el carácter.

To­da sociedad pequeña que se forma en el seno de la grande, tiende así, por un vago instinto, a inventar un medio de corregir y suavizar la rigidez de las cos­tumbres en otro ambiente contraídas y que es nece­sario modificar. No de otro modo procede la socie­dad propiamente dicha. Es indispensable que cada uno de sus miembros atienda a cuanto le rodea y procure amoldarse al medio ambiente, no recluyén­dose en su propio carácter como en una torre de marfil.

Y por esta razón hace que se cierna sobre ca­da uno, si no la amenaza de una corrección material, la perspectiva al menos de una humillación que no por ser levísima deja de ser temida. Tal debe ser la misión de la risa. La risa, algo humillante siempre para quien la motiva, es verdaderamente una espe­cie de broma social pesada.” (Págs. 102-103)

“La risa es ante todo una corrección. Hecha para humillar, ha de producir una impresión penosa en la persona sobre quien ac­túa. La sociedad se venga por su medio de las liber­tades que con ella se han tomado. No llenaría sus fi­nes la risa si llevase el sello de la simpatía y de la bondad. Pero ¿se podrá decir que al menos su intención es buena, que a menudo castiga porque ama y que al reprimir las manifestaciones exteriores de cier­tos defectos nos invita a que corrijamos en nosotros estas mismas faltas y nos mejoremos interiormente?.

Mucho habría que hablar sobre este punto. En general, es indudable que la risa cumple una función útil. Todos nuestros estudios han tendido a demos­trarlo. Pero de ahí no se sigue que la risa acierte siempre, ni tampoco que se inspire en un pensamien­to de benevolencia ni de equidad.Para dar siempre en lo justo sería menester que proviniese de un acto de reflexión.

Ahora bien; la risa es efecto de un mecanismo montado en nosotros por la Naturaleza, o lo que viene a ser lo mismo, por una antiquísima costumbre de la vida social. Y este mecanismo funciona de por sí, no tiene tiempo de pararse a ver dónde da. La risa castiga ciertas faltas, casi del mismo modo que la enfermedad castiga cier­tos excesos, hiriendo a inocentes y respetando a cul­pables, mirando siempre a un resultado general, en la imposibilidad de hacer a cada caso el honor de examinarle separadamente.

Así ocurre con cuanto se realiza por vías natura­les, sin el auxilio de la reflexión consciente. En este sentido no puede ser la risa absolutamen­te justa, y repito que no debe ser tampoco buena. Su misión es la de intimidar humillando. No la cumpli­ría si la Naturaleza, previendo este efecto, no hubie­se dejado hasta en el mejor de los hombres un peque­ño fondo de maldad, o cuando menos de malicia.Y será mejor no profundizar en este punto; pues no encontraríamos nada halagüeño para nosotros mismos.

Veríamos que este movimiento de expan­sión no es sino el preludio de la risa, que el que ríe entra en sí mismo y afirma más o menos orgullosamente su yo, considerando al prójimo como un fan­toche, cuyos hilos tiene en su mano. Junto a esta presunción hallaríamos también un poco de egoís­mo, y detrás, algo menos espontáneo y más amargo, cierto pesimismo que se va afirmando a medida que el que ríe razona su risa.” (Págs. 144-146)

Fascinante las reflexiones de Bergson, ahora bien, como dice Aspirante a domador en su sitio, hay en mi opinión algo que queda al margen de sus apreciaciones: ve en la risa una planta que hunde sus raíces en la afirmación del yo, y que se sustenta por tanto en el orgullo; sin dudas es así, pero frente a todo este aspecto negativo enfrenta sólo, como positivo, el beneficio social que supone la corrección a que mueve la humillación de ser objeto de risa.


Se deja algo de suma importancia en el tintero: la capacidad que tiene la risa para aligerar el, a veces, abrumador peso de la vida emocional.

Para concluir: Bergson dice que para reír es necesario "no sentir"; cierto, pero la fórmula, creo, se le puede dar la vuelta: el reír, "dejas de sentir", aunque sea por un momento, de modo que la vida se aligera, la carga emocional se vuelve más liviana y esto permite recuperar fuerzas, quitarle gravedad al mundo; en una palabra, ayuda a disminuir la angustia existencial inherente a la condición humana.

Y aún falta otro aspecto esencial; ¿hay algo más sano y reparador que reírse de uno mismo? Este lineamiento suaviza la amargura de ciertos bocados de la vida, y además nos quita “importancia”, es decir, juega en cierto modo como modulador del orgullo; es curioso que Bergson no tenga en cuenta este tipo de humor.

Someterse a la humillación de reconocer las propias carencias o defectos, ante uno mismo y/o los demás, es una auto-humillación (en esto Bergson tendría que estar de acuerdo, en coherencia con su texto), que jugaría, en lo ontológico, el mismo papel que el reírse de los demás juega en lo social. Esto no quiere decir que no haya otros modos de llevar a cabo estas “correcciones”, modos quizá más nobles… pero yo no los conozco.

Resulta una mirada tan rica, al tiempo que revela una significación diferente. Estas lecturas, me parece, resultan pertinentes para intentar repensar las propias creencias. Hacen que algo de lo abordado resuene en uno y es entonces que volvemos para mirarnos, salimos de los patrones aprendidos, muchas veces heredados, y emprendemos nuevos modo, nos predispone a flexibilizar nuestra visión del mundo.


Hay otros aportes de Bergson igualmente brillantes sobre la risa, pero será tema de otra entrada. Esta la conformé, en parte, con lo apuntado por el Aspirante a domador, cuyo sitio puedes consultar aquí.


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