miércoles, 14 de septiembre de 2011

Vida plena - Dolor y sufrimiento

En las dos últimas entradas referí a las emociones, se dijo que en cada instante experimentamos algún tipo de emoción o sentimiento. La emoción es una respuesta inmediata del organismo, que le informa cuan favorable o no es un estímulo o situación. Por medio de la emoción, un organismo sabe, consciente o inconscientemente, si la situación es más o menos favorable para su supervivencia.

También se dijo que todo organismo puede equivocarse en su valoración emocional. La emoción experimentada puede no corresponder a la realidad de la situación y producir graves perjuicios al organismo. Muchas emociones experimentadas son incorrectas y sólo mediante un gran esfuerzo de introspección puede desentrañarse el tipo de emoción que corresponde a nuestra realidad.


Desde el ámbito psicológico, la emoción es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos de origen innato, influido por la experiencia. En el ser humano, una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones (conocimiento), actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en que percibimos dicha situación.

Las emociones, al ser estados afectivos, indican estados internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos. Cada individuo experimenta una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias anteriores, aprendizajes, carácter y de la situación concreta.

Concluyendo que muchas veces, la manera que tenemos de comportarnos o de enfrentarnos a los retos de la vida, son aprendidos. Por eso, hemos de ser capaces de seguir aprendiendo y mejorando nuestras actitudes día a día.

En esta entrada referiré a una emoción en particular, la tristeza. Entiendo que saber más sobre ella puede iluminar ciertas zonas de nuestra interioridad. Cuando estamos tristes, es fácil que el mundo parezca oscuro e inhóspito, y que no haya nada que ilusione. Es posible que el dolor, que se siente en el interior, no permita que aflore el buen humor habitual.

La tristeza es un sentimiento o estado de ánimo que tenemos todos. Es la emoción que sentimos cuando hemos perdido algo importante, cuando nos ha decepcionado algo o alguien, o cuando ha ocurrido alguna desgracia que nos afecta a nosotros, o a otra persona. Cuando nos sentimos solos, a menudo nos sentimos tristes.

Ante una situación desafortunada cada individuo puede reaccionar diferente: convirtiendo la tristeza en otros sentimientos (ansiedad, por ejemplo) o simplemente tomando al estado de tristeza o angustia como “filosofía de vida”, una visión pesimista de la vida, que convierte a cualquier nueva situación de dolor, en algo mucho más tolerable para él.

Pero la tristeza es la expresión del dolor afectivo. Cave distinguir aquí entre dolor y sufrimiento, porque no son lo mismo. El dolor puede ser: físico o emocional.

El dolor físico es un indicador de que algo esta fuera de lugar, perdió estabilidad y necesita ser reparado, por lo tanto envía la señal de dolor

El dolor emocional en cambio, se manifiesta cuando alguien traiciona la confianza de una persona, pues se cree que nadie te fallará y se considera a las personas perfectas, o por la falta de agradecimiento, pues se espera que después de dar amor, aprecio o favores se reciba lo mismo.

También ante un desengaño aparece el dolor emocional, pues en el interior de uno se espera que la persona respondiera de una manera emocional completa, y no lo hizo.

Las dos divisiones del dolor muestran un síntoma que puede ser aliviado, pues en realidad NO forman parte de nuestra naturaleza, solo son indicadores de que algo esta provocando el dolor, pues por naturaleza se ha demostrado que nacemos sanos física y emocionalmente.

No por esto estamos exentos de enfermarnos, pues el mundo que nos rodea esta lleno de peligros, mismos que juntos podremos librar, pues la vida así fue diseñada y debemos buscar siempre alternativas, para estar bien con uno mismo y con los demás.

El dolor y el sufrimientos son parte de la vida, pero en ocasiones, sufrimos innecesariamente. Una frase de Buda lo ilustra:

"El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional"

Podemos evitar el sufrimiento innecesario, y aprender a disminuir el dolor que es inevitable, porque no son sinónimos, para poder manejarlos adecuadamente, es importante entonces entender la diferencia.

El dolor emocional es el sentimiento negativo que surge ante determinadas situaciones o problemas, generalmente relacionados con una pérdida o con un problema que nos afecta de manera importante.

Surge en el instante en que somos heridos física o emocionalmente. Es una sola emoción, su duración es relativamente corta y es proporcional al evento que la produjo. Puede ser cualquier emoción que nos afecte: Tristeza por una pérdida, estrés ante la necesidad de enfrentar un problema, enojo, frustración, etcétera.

El sufrimiento va un paso más allá. El sufrimiento es la respuesta cognitivo-emocional, que tenemos ante un dolor físico o ante una situación dolorosa. Es un conjunto de emociones y pensamientos que se entrelazan, adquiriendo mucho más intensidad y duración que el dolor emocional. De hecho, el sufrimiento puede durar indefinidamente, aunque la situación que lo provocó ya se haya solucionado.

El sufrimiento tiene su origen en la propia reacción ante los hechos, y no en la realidad de lo que está ocurriendo. No lo produce la realidad, sino la mente en la que se arraiga el deseo, la exigencia, los prejuicios, los miedos, etcétera. Por ejemplo, si vamos al campo, llueve y nos enfadamos, la causa del enfado no está en la lluvia, sino en la propia reacción, porque se han contrariado los propios planes y deseos.

Si se tienen problemas quiere decir que estamos desoyendo a nuestro propio ser, se diría que vivimos "dormidos". Uno mismo crea los problemas. La realidad sólo plantea dificultades que es preciso resolver. Si vemos que el sufrimiento que nos aflige lo producimos nosotros mismos, y no los demás, quiere decir que estamos aprendiendo a conectarnos con lo que acontece y no con lo que pensamos que tendría que acontecer.

Casi siempre queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no ofrece la comprensión del sufrimiento. Proponernos que el sufrimiento desaparezca no es lo mejor, pues esto no es más que un movimiento más, de nuestra propia mente, siempre limitada y condicionada. Si comprendemos el deseo de huir del sufrimiento, comenzamos a comprender cuál es su contenido, qué es lo que nos quiere enseñar.

Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso, hablamos del fin del dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos.

Esto significa no escapar del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho. La mayoría de nosotros no somos conscientes de nuestros amigos, de nuestra pareja, de nuestros hijos, ni de los continuos movimientos sutiles, que se producen en nuestro interior. Para comprender es necesario amar.

Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Si queremos comprender algo - a nuestro vecino, pareja, o a cualquier relación -, si queremos comprender algo completamente, necesitamos estar muy cerca de ello. Es preciso llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, tenemos que mirarlo sin condicionamientos. Debemos ser conscientes de la persona o de la situación, lo cual implica que debemos amarla.

De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Pero no podemos hacerlo, porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización.

Así pues, las palabras y la mente me impiden ser conscientes del dolor y de todas las cosas. Por otra parte, nos habituamos a vivir con el dolor, y esto nos impide verlo, mirarlo. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello, requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse.

Y entonces se hace imprescindible estar en el Ahora, porque si nos acostumbramos al sufrimiento nuestra mente se embota. Casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento. Éste es una perturbación en diferentes niveles de la persona, en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta.

Nuestro hijo ha muerto o se ha marchado. Habíamos erigido en torno a él todas nuestras esperanzas; o en torno a nuestra hija, o de nuestra pareja, o de lo que sea. Lo teníamos en un altar, junto a todas las cosas que deseábamos que él fuera; o hemos tenido un compañero y de pronto se ha ido, ya conocemos todo eso. A esta perturbación le llamamos sufrimiento.

Al no gustarnos el sufrimiento y desear escapar de él, comenzamos a preguntarnos por las razones de por qué sufrimos y, a continuación, justificamos nuestro sufrimiento. Nos decimos a nosotros mismos todo lo que queríamos a esa persona, o a esa posesión que hemos perdido, e inconscientemente tratamos de encontrar un escape en las palabras y en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.

Si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento, sencillamente sucede que captamos el sufrimiento. Si aprendemos a crear ese espacio interior de silencio, y comenzamos a observar nuestros pensamientos y emociones, sin juicio de valor, sin criticas, ... comenzaremos a seguir el movimiento del dolor, a ver hacia dónde nos conduce. Seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.

Entonces veremos que hemos puesto el énfasis en el ego, no en la persona, cosa o situación que amamos y se ha ido. Aquella persona, cosa o situación, servía para ocultarnos nuestro propio sufrimiento, para evitar viéramos lo que hay en realidad en nuestro interior, la soledad y el infortunio.

En realidad nos menospreciamos pensando que no somos nada, que no tenemos valor, y creemos que mediante las personas y las cosas somos “algo”. Por eso lloramos, porque cuando terminan nos encontramos solos y abandonados, no lloramos porque se hayan ido.

Es muy difícil llegar a este punto de comprensión. Realmente es difícil reconocerlo y no decir simplemente, "estoy solo". Ser consciente de este vacío, mantenerse en él y ver su movimiento permite comprenderlo.

Si dejamos que el sufrimiento se manifieste y nos revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos, y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.

Si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor, en el que nuestra mente se encuentra en silencio. El dolor es una realidad y no una mera palabra, porque aquí la palabra no tiene sentido.

El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, respecto a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo. Es decir, tan sólo sufrimos en relación con algo. El sufrimiento no puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino siempre en relación con algo, con un individuo, con un incidente, con un sentimiento, etcétera.

Hay que observarlo, aceptarlo como parte de lo que es en este momento, entendiendo que aceptar no es lo mismo que resignarse o rendirse. La aceptación es activa, lleva a actuar y la resignación es pasiva, me mantiene en donde estoy, porque pienso que ya no hay nada que hacer.

Aceptar es comprender que lo que sucede, independientemente de que me guste o no, es debido a que las cosas sucedieron porque tenían que suceder. Es reconocer que este momento es lo que es, sin calificarlo como bueno o malo, justo o injusto, ni pensar si debería o no debería haber sucedido, es lo que es, es lo que sucedió, es lo que soy en este momento.


Cuando nos convertimos en observadores del sufrimiento, al principio continuará operando, pero al no identificarme con él, si bien podré tener dolores físicos, al permanecer en el Aquí y Ahora, siendo consciente de lo que vivo, me convierto en guardián alerta de mi espacio interior.

Enfocando la atención en el sentimiento que hay dentro de mi, reconociendo qué es el dolor, aceptando que esta allí, no pensando en él, no permitiendo que el sentimiento se transforme en pensamiento, o sea, no juzgarlo, no analizarlo, no justificarme. Si permanezco presente, y continúo siendo observador de lo que está ocurriendo dentro mio, iré siendo consciente, no sólo del dolor emocional, sino también de "el que observa", el observador silencioso. Este es el poder del Ahora.

Una vez que aprendemos el principio básico de estar presente como observador de lo que sucede en nuestro interior, y lo comprendemos al experimentarlo, tendremos a nuestra disposición la más poderosa herramienta para la transformación.

Las ideas actúan como un escape; las ideas que se han convertido en creencias impiden el vivir completo, la acción completa, el ver lo que es. Sólo se puede vivir de forma plena cuando existe un conocimiento propio cada vez más amplio y profundo... más abierto.


Sabemos que el dolor está ahí; es un hecho, y no hay nada más que conocer. Todos tenemos que vivir con el dolor. En uno mismo y en todas partes se ve sufrimiento, ignorancia y desconcierto. Pero la solución a esta situación se encuentra en investigarnos a nosotros mismos y a todo lo que nos rodea, en ver la realidad de las cosas, en ser totalmente conscientes de ellas y obrar adecuadamente.



No hay comentarios: