lunes, 25 de julio de 2011

El Lenguaje - Desarrollo idiomático - 1 / 2

Retomando el desarrollo idiomático del niño, artículo donde Víctor Montoya describe las etapas que atravesamos para adquirir el lenguaje, toca ahora referir al Período de las preguntas filosóficas. A partir de los cuatro años, el niño formula preguntas en procura de obtener información.

Es muy probable que el niño de cinco o siete años se haga preguntas filosóficas (sin saberlo), o haga comentarios de carácter filosófico, como cualquier adolescente, pues muchas de estas preguntas ingenuas forman parte de la naturaleza de la filosofía; preguntas que los adultos, incluso los colegiales, intentan explicar cuando abren su primer manual de filosofía; preguntas que muchas veces son complejas para los adultos, pero naturales para los niños.

Valga citar el siguiente ejemplo: una niña de nueve años le pregunta a su padre: "¿Existe Dios?. El padre le contesta: "No estoy muy seguro". Entonces la niña replica: "Tiene que existir, porque tiene nombre", como recordando que todo lo que tiene un significado tiene un significante.

En el período en el cual los niños creen que todas las cosas tienen un fin, y que todo está hecho por el hombre y para el hombre, preguntan: "¿Por qué?", "¿Quién?", "¿Cómo?"... Preguntas que no siempre son fáciles de responder. Y aunque cada niño tiene su propia explicación para cada cosa, a veces, hacen preguntas que requieren una explicación física (¿Por qué brilla el sol?, ¿Por qué llueve?); otras una explicación biológica (¿Qué hace que crezca mi hermano?, ¿Por qué envejece uno?); otras una explicación psicológica (¿Por qué estás triste?, ¿Cómo se siente un enfermo?).

Como los niños no discriminan las preguntas al igual que los adultos, pueden lanzar preguntas espontáneas sobre los fenómenos naturales: los volcanes, el viento, la lluvia; preguntas sobre cómo era papá o mamá cuando eran pequeños o, simplemente, "¿Cómo entra el bebé en el vientre de mamá?", Y, sobre todo, cuando la madre da una respuesta que no le satisface.

Aumenta luego el vocabulario y las dificultades gramaticales. A partir de los cinco años, el niño habla con cierta fluidez, perdiendo paulatinamente la articulación infantil, y da respuestas cada vez más ajustadas a lo que se le indaga.

A los seis años es consciente de los colores y las formas geométricas, y utiliza correctamente las partículas gramaticales; empieza a formar oraciones más complejas y bien estructuradas, incluso frases subordinadas y condicionales. Pero, a pesar de que la estructura y la forma del lenguaje está completa, sigue sin comprender las palabras cuya semántica le exige un razonamiento lógico o abstracto.

El niño, en el transcurso de su desarrollo, puede pensar sobre un número cada vez más amplio de objetos y hechos y, por lo tanto, amplia el contenido de lo que quiere expresar. Si a los dos meses comienza la explosión en el desarrollo idiomático, marcado por un rápido aumento del vocabulario primero, y por la aparición de combinaciones de dos o más palabras, a los seis años el niño conoce alrededor de 14.000 palabras; un aprendizaje que no es fácil de precisar, ni siquiera partiendo de una perspectiva conductista.

La estructura gramatical de la lengua (no la gramática adulta que, por supuesto, dominará con el tiempo) determina qué oraciones se van a generar en cada una de las etapas de su desarrollo cognoscitivo.

Cuando el niño domina la forma o formas adultas de un aspecto del lenguaje, suele simplificarlas y adaptarlas a su propia gramática. No obstante, a medida que va aumentando su vocabulario, sabrá reconocer dónde empiezan y terminan las palabras de su lenguaje; paulatinamente irá teniendo conocimiento de las categorías gramaticales, reconocerá los sustantivos y los verbos (aun sin saber cuál es el sustantivo y cuál es el verbo), y, además, aprenderá a combinar estos elementos gramaticales en una sintaxis coherente.

Con todo, durante el proceso de aprendizaje idiomático, los niños se enfrentan a una serie de dificultades que están en relación con su capacidad perceptiva e intelectual. Así, en el período preoperacional (entre los dos y siete años) tienen dificultades para conjugar los verbos en tiempo pasado y futuro, por eso hablan en tiempo presente como tiempo vivencial.

No son capaces de distinguir verbalmente entre el pasado y el futuro, que están más allá de su propio tiempo. Por ejemplo, el subjuntivo se (érase) es sólo de carácter literario, y no se presenta casi nunca en los niños de edad preescolar, y en los niños del período de las operaciones concretas (entre los siete y nueve años) se registran sólo en sus ejercicios de redacción (como imitación de los libros), pero no así en sus conversaciones espontáneas.

El empleo del tiempo futuro en gramática es raro antes de los siete años y poco frecuente entre los siete y doce años, y raro hasta los doce años de edad. "El pluscuamperfecto (había hablado) es esporádico hasta los siete años, y raro hasta los diez. No llega a consolidarse hasta los diez u once años, con diferencias individuales según el grado de instrucción escolar y el medio familiar en que viven los niños: Supone un escalonamiento relativo de las acciones pasadas, que la mente infantil no necesita en su comunicación espontánea, aunque lo entiende cuando lo oye a los mayores. No hay que decir que el pretérito anterior (hube contado) no existe para el niño, ni para el adulto que no haya recibido instrucción literaria de nivel elevado; y aun así no se usa más que en la lengua escrita" (Gili Gaya, S., 1972, p. 107).

Los niños que se encuentran en el período de las operaciones concretas, o del realismo ingenuo, hacen su exposición en tiempo pasado, o en el tiempo del distanciamiento concreto. Entienden el significado de "ayer", "mañana", "verano", "ya", "espera", etc. En el lenguaje infantil no figuran las preposiciones (ante, bajo, tras, etc.), por cuanto se debe considerar que el lenguaje infantil será siempre diferente al de los adultos.

Otra de las características idiomáticas de la primera infancia es el llamado " lenguaje egocéntrico ". Hasta antes de que los niños ingresen en el período de las operaciones concretas, hablan para sí (monólogo), como si comentaran su propia actividad, y conversan con otros niños sin escucharse los unos a los otros y sin esperar respuesta a lo que dicen.

Se puede constatar que la conversación en un niño del período preescolar gira en torno a su propio "yo", pues el pronombre "yo" y el posesivo "mío" son palabras indispensables en su expresión egocéntrica. De otro lado, la fluidez del lenguaje interior presupone no sólo un tipo particular de actividad lingüística, sino también la habilidad de utilizar selectivamente los recursos idiomáticos más adecuados para expresar una idea cabal.

"El lenguaje interior se manifiesta como una fase de la planificación en la actividad teórica y práctica (por ejemplo, nosotros antes de escoger uno u otro camino para llegar al lugar necesario, ‘discutimos’ con nosotros mismos hasta aclarar porqué un camino es mejor que otro), o como una fase en la realización del plan, sobre todo en algunos tipos complejos de actividad teórica, por ejemplo, cuando nosotros resolvemos un problema matemático difícil, también aquí estamos ‘deliberando’ con nosotros mismos". (Petrovski, A., 1980, p. 199).

Una vez superado el período en que se manifiesta el lenguaje egocéntrico, el niño da un salto hacia una socialización idiomática.

Según Jean Piaget - a diferencia del psicólogo ruso L. Vigotski, quien sostiene la teoría de que el lenguaje egocéntrico no es más que una etapa de transición del lenguaje social al lenguaje propiamente individual -, el lenguaje del niño se desarrolla del lenguaje egocéntrico (para sí) al socializado (para los demás). "Le guste o no, el niño comienza a ver su relación con los demás como recíproca, y no unidireccional. Descubre que sus pensamientos no son necesariamente iguales a los de los demás. La actividad social y el marco lingüístico dentro del que opera presionan sobre él, y ajusta sus pensamientos de acuerdo con ellos. Comienza a verse a sí mismo y al mundo que le rodea desde otros puntos de vista" (Richmond, P-G., 1981, p. 51).

¿Qué se puede decir sobre la semántica? Todo aquél que haya tenido o tenga relación con niños pequeños sabe que las connotaciones semánticas de las palabras no significan lo mismo para ellos que para los adultos, porque el desarrollo semántico está íntimamente ligado al nivel de madurez cognoscitivo del individuo. De modo que, como ya se dijo, "los niños ‘no’ conocen el significado completo de las palabras cuando comienzan a usarlas, sino tan sólo algunos de los rasgos del significado que están también presentes entre los que los adultos poseen para esa palabra.

Seguiré en próxima entrada sobre la semántica, relatividad del lenguaje y el aspecto lúdico del lenguaje. Resulta admirable la síntesis que logra imprimirle a esta descripción. Fuente Sincronía 2002, que puedes consultar aquí.


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