jueves, 23 de junio de 2011

El entorno, las coincidencias y los sueños

Decía en Las ciencias - Un camino "Desde aquello que llama nuestra atención, quizás desde muy pequeños, se perfila un camino de elecciones ..." y hoy, a cuento de aquello, quiero compartir una entrevista exquisita - por las cosas que invita a reflexionar del día a día -, por lo simple y profundo de la visión del mundo y de las cosas de un joven Tuareg, Moussa Ag Assarid.


Nació alrededor de 1975, en un campamento nómade entre Tombuctú y Gao, al norte de Malí, África Occidental, y claro, los papeles no existen allí, de lo cual se desprende que esta fecha sea aproximada.

Moussa Ag Assarid es el mayor de una familia de trece hijos. Alrededor de sus trece años se topó con "El Principito" de Saint Exupéry, que le da el deseo de ir a la escuela para aprender a leer.

La historia se cuenta así, él era pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de su padre. En la década de los noventa, pasó por el campamento el rally París-Dakar, a una periodista del evento se le cayó un libro de la mochila, según sus palabras: "Lo recogí y se lo dí. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo ..."

Lo extraordinario de este hecho, en su vida, fue que lo llevó a convencer a su padre que le permitiera ir a la escuela. Cosa que logró y eso significó que, casi todos los días caminara 15 kilómetros para ir allí, hasta que un maestro le dejo una cama para dormir, y una señora le daba de comer al pasar ante su casa. Dice de esto: "Entendí que mi madre estaba ayudándome ..."

Cave acotar que a comienzos de la década de los noventa, la zona atravesó una gran sequía, donde murieron animales y las personas enfermaron gravemente ... su madre murió en aquella oportunidad.

Después de la escolarización en Ansongo continuó sus estudios en Bamako, la capital, donde participa de eventos estudiantiles de su secundaria y gana una beca para estudiar en Francia, en Angers, (1999). Estudió administración en la Universidad de Angers y la Universidad de Montpellier 1.

El siguiente es un fragmento de la entrevista que le hiciera Victor M. Amela, a mediados del año 2009, donde habla de su primer libro "En el desierto no hay atascos", donde las anécdotas y comentarios que cuenta, como la cama del hotel, tan grande que podrían dormir en ella todos los niños de su jaima, el milagro del agua que sale de los grifos ("¡Todos los días de mi vida”, reflexiona el autor, “habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes que adornan vuestras ciudades, todavía me duelen"), la magia de las escaleras mecánicas y las puertas automáticas... son a un tiempo divertidos y enternecedores, y además muy lúcidos, sin ocultar a veces la decepción por cosas como la falta de tiempo y de calor humano. Su texto, siempre impregnado por su cultura y por su arte de vivir nómada, constituye para los occidentales una ocasión de sonreír pensando en nosotros mismos. Te invito a leerla:

Moussa Ag Assarid: No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles…!

Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.

Victor Amela: ¡Qué turbante tan hermoso…!

- Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.

- Es de un azul bellísimo…

- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados…

- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?

- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.

- ¿Por qué?

- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.

- ¿Quiénes son los tuareg?

- Tuareg significa “abandonados”, porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: “Señores del Desierto”, nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.

- ¿Cuántos son?

- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece… “¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!”, denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.

- ¿A qué se dedican?

- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio…

- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?

- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.

- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?

- Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba… Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre… Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!

- ¿Sí? No parece muy estimulante...

- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas… Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.

- Saber eso es valioso, sin duda…

- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!

- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?

- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!

- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?

- Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro…

- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja…

- Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté… Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua… y sentí ganas de llorar.

- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?

- ¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso…

- ¿Tanto como eso?

- Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos… Yo tendría unos doce años, y mi madre murió… ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.

- ¿Qué pasó con su familia?

- Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa… Entendí: mi madre estaba ayudándome…

- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?

- De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo…

- Y lo logró.

- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.

- ¡Un tuareg en la universidad. ..!

- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella… Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra… Aquí, por la noche, miráis la tele.

- Sí… ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?

- Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa… En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!

- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.

- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde…

- Fascinante, desde luego…

- Es un momento mágico… Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor… La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor…

- Qué paz…

- Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.

En el siguiente vídeo puedes ver a Moussa contando la anécdota del libro "El Principito".



La última frase del reportaje es una invitación a reflexionar, en medio de nuestro estrés diario y de lo disparatada y tecnológica que suele ser nuestra vida, es posible vivir más plenamente y en armonía con el Universo, si atesoramos cada momento vivido, cada momento compartido ...



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