En varias entradas anteriores he referido al tiempo, desde una mirada filosófica a una mirada innovadora por cierto de Tolle, que nos habla de El poder del Ahora, sin embargo, para poner en perspectiva nuestra propia experiencia en relación al tiempo, aquí traigo dos historias de vida que pueden contribuir a repensar nuestra propia experiencia.
La primer historia tiene que ver con desactivadores de bombas que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Por su tarea quedaron profundamente marcados, sin embargo, algunos alcanzaron más de noventa años de edad, con una “lujuria insólita” por la vida, una actitud que según el reportero que hizo la nota para La Vanguardia, Geoffrey Smith, a comienzos de 2009, atribuye al resultado de haber arriesgado sus vidas a diario durante años. “Sabían que la vida era hermosa, porque en cualquier momento se la podían haber quitado, sabían el valor de cada minuto de vida”.
La segunda historia la relata el doctor Oliver Wolf Sacks en su libro "La isla de las cicas", donde expone sobre una extraña enfermedad neurológica que afectaba a una paciente, llamada Eufrasia, que pasaba todo el día postrada en una silla, completamente paralizada, hasta que las enfermeras le administraban su dosis diaria de L-dopa.
Esta pequeña cantidad de medicina le proporcionaba sus únicos veinte minutos de vida normal en todo el día, que la mujer trataba de aprovechar frenéticamente para contar y hacer todo lo que había estado planificando, durante las largas horas de parálisis.
Antes de continuar con el relato cave decir que, entre 1917 y 1928 cinco millones de personas en todo el mundo se contagiaron, de manera fulminante, de una misteriosa enfermedad, identificada como “encefalitis letárgica”, que dejó a un tercio de los afectados postrados de por vida e incapacitados para moverse.
En el verano de 1969, un joven médico de Nueva York creyó encontrar una solución, Oliver Wolf Sacks, neurólogo inglés que ha escrito libros sobre sus pacientes, donde describe sus casos con poco detalle clínico, concentrándose en la experiencia fenomenológica (vivencia subjetiva) del paciente. El caso de Eufrasia le recordaba su experiencia en Despertares, libro que fue llevado al cine.
Volvamos a la historia, “Catorce minutos después de haber recibido su L-dopa”, explica Sacks, “Eufrasia saltó de repente y se puso de pie con tanto ímpetu que tiró la silla hacia atrás, se precipitó hacia el corredor y empezó a hablar por los codos con todo el mundo; era una conversación animada, casi incomprensible, pues se atropellaba tratando de decir todo lo que deseaba manifestar, pero no podía, mientras estaba paralizada”.
“Pero aquella mujer que era un torrente de vida”, prosigue, “al cabo de veinte minutos, con la misma brusquedad con que había salido de su estado original, volvió a él, y tras bostezar repetidamente, quedó sumida en una completa parálisis”.
Lo angustioso del caso, si lo pensamos un poco, no es sólo que Eufrasia tuviera el resto del día para planificar todo lo que iba a hacer y decir durante sus escasos veinte minutos de vida real, sino el hecho de que sus planes se vieran frustrados, día tras día, por la propia angustia de conocer que el tiempo, para realizarlos, era limitado.
Tal vez, salvando las distancias, nos ocurre un poco a todos como a Eufrasia, que nos pasamos la vida amontonando hermosos planes en la cabeza, sueños inaplazables que nunca realizaremos, porque nos falta tiempo.
Para que entonces perdernos en el pasado, con recuerdos quizás no muy gratos, o imaginando un futuro por el que poco hacemos por materializarlo. Sólo disponemos del Aquí y Ahora, es lo único cierto que tenemos.
Para terminar te dejo estos dos símbolos: el de la izquierda Koko: "este lugar", el de la derecha Ima: "este momento" - Aquí y Ahora.
Esta entrada contiene parte de la nota realizada por Antonio Martínez Ron, que titula "Veinte minutos en la vida de Eufrasia".
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