jueves, 20 de octubre de 2011

El Tiempo y la conciencia

He mostrado lo difícil que es definir el tiempo, hay varias miradas - que he ido apuntando en anteriores entradas -, pero aquí quiero referir a porque le viene bien a la mente el tiempo fluyendo.

Terminaba la entrada anterior diciendo: le viene bien a la mente considerar el tiempo fluyendo, porque sino no existiría conciencia. Cave decir aquí que se entiende por conciencia, del latín es "conocimiento compartido", diferente de consciencia ser consciente de ello.

Conciencia se define en general como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno, se refiere a la moral o bien a la recepción normal de los estímulos del interior y del exterior.

Conciencia se refiere al saber de sí mismo, al conocimiento que el espíritu humano tiene de su propia existencia, estados o actos. Conciencia se aplica a lo ético, a los juicios sobre el bien y el mal de nuestras acciones.

La conciencia se entiende como la capacidad de valorar el presente. A efectos prácticos, la conciencia se refiere a la capacidad que nos indica qué está bien o mal. Estas valoraciones del instante que acontece, permiten al individuo percibirse a sí mismo como alguien capaz de modificar su entorno o por el contrario como alguien sujeto a unas restricciones que le superan.

Tenemos conciencia cuando sabemos lo que está aconteciendo en nuestro Yo y otorgarle un concepto, ya en lo que es propio de nuestro mundo interior, ya en lo que es el mundo exterior que en él se refleja.

La conciencia presenta algunas propiedades claramente diferenciadas: dinamismo, unidad o totalidad, subjetividad, intencionalidad y conocimiento certero. La conciencia predispone a la persona a actuar de forma equilibrada entre su cosmovisión y los hechos percibidos en el presente.



La cosmovisión es el conjunto de saber evaluar y reconocer que conforman la imagen o figura general del mundo, que tiene una persona, época o cultura, a partir del cual interpreta su propia naturaleza y la de todo lo existente en el mundo.

Ahora sí, entremos a reflexionar el artículo de Paco Traver sobre Tiempo y conciencia. Dice: Los humanos percibimos al tiempo como algo que fluye en dirección al futuro, que arranca del presente y tiene proyecciones hacia atrás, hacia el pasado.

En realidad esa condición del tiempo no es real, sino un artefacto de nuestra conciencia. El tiempo, según la teoria de la relatividad, no es sino una coordenada, un punto, un instante tal y como se recoge en la cita de Heidegger

No es el tiempo lo que se os da, sino el instante.
Con un instante dado, a nosotros nos corresponde hacer el tiempo.

el resto es un constructo ilusorio de nuestra mente.

A nadie de nosotros se nos ocurriría imaginar el espacio como un constante fluir, y sin embargo nuestra percepción intuitiva es que el tiempo pasa, corre y fluye, algo que se opone a la equivalencia espacio-tiempo que conocemos desde la teoría de la relatividad descrita por Einstein y que hoy no discute nadie.


Pero si el tiempo forma parte del espacio y es inseparable de él, ¿ por qué nuestra percepción es la de un tiempo en movimiento ?

Todo parece indicar de que a nuestra mente le viene muy bien esta concepción de un eterno fluir del tiempo. En realidad no existiría conciencia humana sin tiempo fluyendo. Pues sin tiempo tampoco existiría el Yo y sin Yo careceríamos de historia, identidad y seríamos sólo autómatas sin proyecto.

El Yo es una parte de la conciencia que asegura la continuidad de la experiencia; otra cosa es meterle el dedo al concepto y averiguar "quien soy yo", una de esas tareas filosóficas de enorme calado, y que han motivado a grandes pensadores y filósofos de la mente a exprimirse los sesos, sin que nadie haya acertado a contestar ni de lejos esa pregunta. La aproximación más acertada - y que procede del propio Heidegger - desde mi punto de vista es esta: ser es tiempo.

Dicho de otra forma: nuestra mente se vale de un truco de prestidigitación para inventarse un tiempo a su medida, un tiempo sensible, ese que medimos con los relojes.

Es comprensible porque el Yo necesita echar mano de su memoria para dotar de contenido a la experiencia del hoy, sin esa comparación permanente, que realizamos con lo que ya hemos vivido, sería difícil asegurar una respuesta adaptativa a las circunstancias cambiantes y a las novedades que nos plantea la existencia.

Es evidente que, aunque tener conciencia no supone en sí mismo una ventaja biológica, el saber que se tiene una conciencia, el de disponer de un Yo - una conciencia que se sabe a si misma - sí tiene ventajas biológicas.

Para Llinás el Yo sería un órgano de síntesis (una idea que podemos rastrear incluso en Freud) y lo situa además en el tálamo, esa gran olla a presión donde se dan cita todas las referencias sensoriales y del cerebro profundo; el Yo para Llinás sería el resultado del cómputo de toda la parafernalia neuronal que allí se da cita, pero no todo el mundo está dispuesto a aceptar de entrada que ese constructo realmente exista y algunos neurocientíficos como Dennet parecen prescindir totalmente de él en su modelo de mente.

Lo cierto es que el Yo es una patata caliente de las neurociencias, pues no puede explicarse a través de la simple computación neuronal.

Benjamin Libet fue un neurofisiólogo famoso por un experimento en cierta forma paradójico, o al menos inquietante, que parece negar el libre albedrío, y cuyas conclusiones vienen a señalar que en realidad toda la actividad que nosotros rotulamos, como voluntaria, está predeterminada inconscientemente mediante un esquema pre-motor.

Estos experimentos de Libet son muy citados por casi todos los defensores del determinismo maquinal de la mente y es para ellos la demostración de que eso que llamamos libre albedrío es poco más que una ilusión.

Es así como algunos entienden que resuelven el problema mente-cerebro, haciendo como Descartes y sacando a empujones la mente de una evaluación cientifica.

Algunos son bastante activos en la defensa de la ortodoxia computacional clásica y en un modelo de la mente maquinal y - neuronal por tanto -, por mi parte he llegado a una conclusión: la discusión se alimenta de prejuicios religiosos - como no podia ser de otra manera - puesto que casi todo el mundo sigue identificando alma con mente y siguen percibiendo la idea de Dios pululando por entre las sinapsis; y es bien cierto que algunos tienen horror a esta idea, mientras que otros - también es cierto - desearían encontrarse a Dios entre las neuronas.

Sólo así puede entenderse que algunos se definan como ateos, haciendo ostentación de ello como si fuera un mérito de su curriculum.

Yo no tengo ningún horror a los conceptos teológicos que subyacen en algunas formulaciones neurocientíficas, pero vaya por adelantado que no creo que alma y mente sean equivalentes y que reducir la actividad cerebral a la actividad neuronal no sólo no explica a la mente misma sino que además es falsa.

Interesante mirada sobre el tiempo y cómo se explica que nuestra mente haya construido este artilugio para definir el Yo, parte de la conciencia que asegura la continuidad de la experiencia. Puedes ver el artículo completo en este sitio.



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